domingo, 8 de abril de 2007

Nuestros retos...

RALLYE MONTE-CARLO HISTORIQUE 2007
Desde el coche 191

Hace cuatro años que participé por vez primera en el Monte-Carlo Historique y podríamos decir que resultó un flechazo “a primera vista”. Fue en un ya lejano 2003 con un Lancia Fulvia, que tal y como decía en la entrevista que publicó la revista “Magazín Motor”, a la mínima que tuviese oportunidad, repetiría la experiencia. Y esta se presentó a mediados del pasado año.





Después de recibir (una vez más) la documentación que año tras año me enviaba el Automobile Club de Mónaco (ACM), esta vez para su décima edición, y con la imagen en lugar destacado del Mini Cooper con el que Aaltonen consiguiera la que a la postre fue la última victoria de un Cooper en esta carismática prueba, lo tuve claro: “este año hay que volver”. También estaba convencido del coche que habría que llevar, solo me valdría un pequeño Austin Cooper MK1, similar al que utilizara Aaltonen en su victoria cuarenta años atrás. Javier Figueiredo sería en esta ocasión mi compañero en la aventura, recibiendo la propuesta con ilusión.





Encontrar el coche fue una tarea más o menos sencilla por la ventaja de tener un país como Portugal cerca de nosotros, con una cultura por el automóvil muy superior a la nuestra. Comprado el coche, quedaba lo mas difícil, estar a tiempo en la línea de salida con todo preparado, siempre que el ACM admitiera, claro está, nuestra solicitud de inscripción. Ya antes de eso hubo que tomar decisiones arriesgadas, como el iniciar una profunda preparación del coche, sin saber si finalmente participaríamos, pero no podíamos permitirnos el lujo de esperar la confirmación para preparar el vehículo, ya que el tiempo jugaría siempre en nuestra contra.


De esta forma se enviaba la solicitud de inscripción allá por el mes de octubre (hay que señalar que desde que el ACM la recibe ya te cobra el total de la inscripción, que este año ascendía a 3400 euros más otros 100 en concepto de licencias), los trabajos en el coche ya iban a buen ritmo. La gente de “Marvic” se encargó de ir colocando los elementos necesarios para afrontar la prueba con ciertas garantías: barras, segundo depósito de combustible, asientos clásicos, faros suplementarios, y distintos elementos de navegación, además de darle un repaso a una carrocería con ya cuarenta años a sus espaldas.

Cuando “Marvic” terminó con su parte de la tarea aún no conocíamos si el ACM nos aceptaba o no en la décima edición de “su” rallye, pero según los rumores que nos llegaban habría recibido más de 800 solicitudes. La cosa en ese momento no estaba nada clara para nosotros, por lo que cierto pesimismo nos invadió a Javier y a mí. De todas formas se decidió seguir adelante llevando el coche a los talleres de “Rantur” para poner en orden el aspecto mecánico del coche. Caja de cambios, frenos, carburación, sistema de escape y suspensión, fueron las principales cosas que se revisaron.

La buena noticia llegó antes de sacar el coche de allí porque el ACM nos había admitido a tomar parte en la prueba, junto a otros 319 coches más, siendo recibida con gran alegría por parte de los dos. Tan solo once Mini Cooper, entre ellos el nuestro, podrían rendir homenaje a la última gran gesta de este pequeño auto, que tuviera lugar 40 años antes. No era para menos ya que, cuatro años después, volvería a tener la posibilidad de recorrer las impresionantes carreteras que conforman la prueba con más historia y glamour de cuantas han existido y existen.


Nuestra previsión a la hora de realizar los trabajos necesarios sobre el coche trajo buenos frutos, consiguiendo tener todo preparado con bastante antelación a la cita, permitiéndonos incluso el lujo de poder probarlo antes participando en una prueba en Galicia, puliendo así pequeños detalles.

El día 26 de enero daba comienzo el rallye, en nuestro caso desde la ciudad de Barcelona junto a otros 70 coches con la mayor parte de equipos españoles. Entre ellos tan sólo un Cooper, el nuestro. Aún me sigue sorprendiendo la simpatía que un Mini despierta en la gente que lo ve. Si a eso le añadimos lo acertado de la decoración que llevábamos, dicha simpatía se transformaba por momentos en admiración.

Ese día pude volver a encontrarme con amigos que había hecho en el 2003, entre ellos estaba Manolo Correa, que al igual que yo, no tuvo oportunidad de repetir aquí desde entonces. Acompañado de su mujer Cristina, estaban en su viaje de novios y participaban “con lo puesto”. Digno de admiración por todos.

También pude ver de nuevo a Pepe Villalba, momento que aproveché para recordar su participación de 1966 con el ourensano Estanislao Reverter en un Cooper de su propiedad y que nuestro paisano acabó por estrellar en La Turbie en un momento de confusión y tensión.


Fue increíble escuchar de su viva voz el relato de una historia que ya conocía, pero que narrada por uno de sus protagonistas hacen ya bueno todo el esfuerzo para poder estar en esta prueba. Sus consejos, impagables, serán puestos en práctica a la mínima que me vuelva a ser posible, espero que muy pronto.





El rallye comenzó con una larga etapa de concentración de 800 km en la que invertimos 17 horas de manera continuada. Aún me sigue sorprendiendo la admiración y respeto que levanta la prueba y quienes en ella participan a los habitantes de los lugares por los que discurre. Es algo que en España es impensable a día de hoy.

Dicha etapa terminaba en St. Etienne al mediodía del sábado 27, aunque a diferencia de la última vez que había hecho el rallye esa tarde era de descanso. En parte muy de agradecer, pero cierto es que pierde algo del encanto que siempre rodea a la prueba. En 2003 llegamos justo para salir a las primeras zonas de regularidad, hoy lo veo con simpatía y cariño, pero recuerdo lo duro fue que en su día.

El día 28, domingo, salíamos de St. Etienne para disputar las primeras pruebas de regularidad. En ellas fue donde Javier y yo nos dimos cuenta que no iba a ser sencillo llegar hasta el final. Olvidando una buena clasificación ya desde antes de tomar la salida de Barcelona, nuestro objetivo estaba en llegar a Mónaco dentro de la clasificación, aunque fuera en el último puesto. Sin embargo nada más empezar el primero de los tramos, comprendimos que este objetivo no iba a ser fácil. Las carreteras presentaban un asfalto que en muchas y largas zonas estaban cubiertos por el temible hielo. Esto no debería significar mayor problema, sino fuese por el hecho de que nosotros no disponíamos de neumáticos con clavos. Pese a que se puso todo nuestro esfuerzo por conseguirlos desde dos meses antes del rallye, no fue posible, contando sólo con gomas más propias para la nieve o la tierra. Además en este primer tramo salimos con el coche “bonito para la foto”, es decir, neumáticos anchos y baca al techo con tres ruedas más, amén de dos latas de combustible de 10 litros cada una que iban llenas, por supuesto.






En esas condiciones el coche era muy difícil de llevar derecho por los toboganes de hielo en los que estaban convertidas las carreteras de los tres primeros tramos, siendo constantes los sustos, que se sucedían de manera continua. Lo peor era que en esas condiciones tendríamos que hacer los tres primeros tramos, con un control horario muy ajustado al término del último, en donde nos estaría esperando la gente de Autopasión, nuestra asistencia. Aún no sé cómo pudimos conseguirlo, pero fuimos capaces de completarlos y llegar en hora a dicho control, eso sí, justo en nuestro minuto, después de arriesgar bastante en el último enlace.




Una vez pasado con éxito este control y después de hablarlo con nuestra asistencia, se decidió acertadamente desalojar la baca del coche y poner las ruedas estrechas. El coche se volvía más “feo”, pero ¡qué diferencia! En los tramos era mucho más gobernable y previsible, volviendo la conducción más segura y pudiendo disfrutar por momentos en lugar de sufrir continuamente. En la zona de regularidad siguiente, con la confianza que ahora nos transmitía el coche, obtuvimos la que a la postre sería nuestra mejor clasificación en un tramo: un octavo puesto empatados con el séptimo y muy cerca del vencedor. Era el mítico Burzet, el más largo de todo el rallye con algo más de 39 km. Las ruedas no volverían al techo del coche hasta la última noche, curiosamente cuando el hielo volvió a hacer acto de presencia de forma muy importante y decisiva.


Concluimos esta jornada en la localidad de Valence, lugar del que saldríamos al día siguiente con dirección a Briançon, disputando entre ambas cuatro tramos de regularidad con condiciones muy cambiantes como sucedió en el segundo del día, en el que tras atravesar un túnel situado en la parte media del tramo, pasamos de una carretera totalmente limpia sin rastro de nieve a otra que al encontrarse en zonas más sombrías, estaba cubierta por una impresionante capa de hielo en los 10 km que aún restaban por terminar el tramo. Quien más, quien menos, trató de salvar los “trastos”, pero algunos pagaron caro el riesgo asumido, siendo varios los que terminaban allí con sus ilusiones de llegar a Mónaco y con el coche bastante tocado fuera de la carretera. En el control horario que venía a continuación en la estación de Clelles-Mens todos comentábamos la “jugada” con resignación.

Al final del día y después de estos cuatro tramos se realizaba una especial sobre el circuito de hielo de Serre Chevalier. Este año la organización había creado un “Trofeo de los Circuitos” fuera de la clasificación propiamente dicha del rallye, para este trazado en conjunto con el que se realizaría la última noche por las calles de Mónaco. Para nosotros, como para otros muchos, lo que tocaba era sencillamente diversión sin pretensión alguna a optar a dicho trofeo. Pese a todo y en el cómputo de ambos logramos una muy digna 99ª posición. Llegada a Briançon cuando ya anochecía y bajo una temperatura totalmente desapacible, como venía siendo habitual en los días anteriores.

El martes 29 partíamos de Briançon, ya con Mónaco a la vista. Tan sólo 350 km y tres zonas de regularidad nos separan. En el primer tramo nos llevamos un buen susto cuando una placa de hielo negro nos sorprende en una bajada, pese a que estamos siendo avisados por un grupo de aficionados que nos alertan de su existencia. Es demasiado tarde y el pequeño Cooper se va de costado varios metros, pero por fortuna sin tocar con los muros de piedra que delimitan la carretera. Si el coche fuera más grande, la historia hubiera sido muy distinta. Seguimos después de varias maniobras para salir del lugar, comentando Javier y yo los peligros de esa zona, a la par que recibo mi primera reprimenda por lo que acaba de suceder. Al finalizar el día nos enteramos que en ese punto al menos seis coches acabaron allí el rallye, entre ellos el de Pepe Villalba y Elena Sunsundegui, que venían justo después de nosotros. Quizá la culpa entonces no fuera del todo mía, al fin y al cabo.



El resto de tramos no nos deparan sorpresas, así que sin más incidencias conseguimos llegar a Mónaco. Alegría contenida, ya que aunque estamos en Mónaco, todavía queda la temida etapa de la noche. Durante este día mucho nos han dicho de lo que nos vamos o no a encontrar. En nada se parecería al final con lo que hubo.

Una rápida visual por el parque cerrado daba buena idea de lo duro que estaba siendo el rallye. Para nosotros, por fortuna, todo marchaba bien, incluso estábamos situados en una posición más que aceptable para los neumáticos con los que estábamos haciendo la prueba, manteniéndonos en torno al puesto 120. La organización nos alojaba en el Hotel Paris, uno de los mejores de Mónaco. Esa tarde serviría para retomar fuerzas de cara a la noche, que aún nos deparaba sorpresas. Después de preguntar a unos y otros, parecía que iba a ser un mero trámite, ya que nos comentaban que las carreteras estaban limpias y que la niebla no haría acto de presencia tal y como estaba discurriendo la tarde.



Con esa idea nos preparamos para salir a la última etapa, con salida y llegada en Mónaco.





Colocamos dos ruedas en el techo del Mini, para “hacer bonito” en la foto del podio de Mónaco, y nada más bajar de él, tres vueltas a un circuito que unos días antes ya habían utilizado los WRC en el Monte-Carlo “de verdad”, el cual ocupa parte del trazado del circuito de Fórmula 1. En la chicane de la piscina podemos escuchar alguna que otra ovación, haciéndose de nuevo patente la simpatía hacia nuestro pequeño auto.


La salida de Mónaco es increíble, siempre con una pronunciada pendiente, barrancos y una horquilla tras otra. Llegamos a la salida del Col de la Madone y mientras esperábamos nuestro turno “Tchine”, el conocido piloto monegasco, intenta colarse. No le dejamos. En el ascenso es imposible hacer la media con el limitado motor de 998 cc del Austin Cooper. En la cima mucho público y el estado de la carretera malo. El hielo hizo acto de presencia y de repente vemos a un Fulvia empotrado contra un árbol. Un coche que venía detrás de nosotros nos pita y tratamos de dejarle paso, pero como no cabemos los dos golpea nuestro vehículo, desplazándonos violentamente hacia la derecha, donde la carretera termina en un impresionante barranco. Es el número 7. Más adelante, un VW 1302 en la cuneta. Con mucha tensión acumulada pudimos llegar a Peille, donde finaliza el tramo. Miro quién es el gracioso que nos dio el golpe. Nada menos que “Tchine”, quien ni siquiera se disculpa del incidente. ¿Se habrá molestado porque no le dejamos pasar en la salida? Es posible.




El Turini, o Sospel-La Bollene Vesubie, es el más sencillo de todos, pues la ausencia de hielo y nieve lo hace más fácil, aunque otra vez el Austin Cooper se ve penalizado por la enorme cantidad de lacets (horquillas) que hay hasta la cima. En el descenso intentamos recuperar y por primera vez en cinco días los frenos sufren un poquito, pero lo arreglamos antes de afrontar la última zona de regularidad. Para el ACM este tramo es muy importante, hasta el punto en que hasta hay un premio para el primer clasificado.




Llegando a la parte final, Javier se muestra bastante preocupado por lo que está viendo, quiere terminar como sea, por lo que me pide precaución ya que teme una emboscada en la parte final de la especial. No se equivoca, porque los últimos 8 km están completamente helados y vemos como alguno da la vuelta ante el panorama que allí ven. No quieren riesgos. Nosotros somos valientes, quizá demasiado, y nos metemos, aunque el coche está a punto de quedarse en dos horquillas, ya que el hielo nos impide avanzar. Pienso en las cadenas que llevamos en el maletero, pero por fortuna no son necesarias.

Con muchos nervios llegamos al último control y un enorme retraso después de adelantar a algún vehículo en la bajada, que va aún con más miedo o precaución que nosotros. Por fin llegamos a la asistencia y la alegría es indescriptible, aunque el recorrido nos depara una sorpresa final, ya que el enlace hasta Mónaco es por una carretera local. Afortunadamente está bastante bien por lo que llegamos sin problemas al parque cerrado. Allí muchos equipos celebran con champán el haber terminado, entre ellos el numeroso grupo belga del Team Loos International o los Oliva, que han hecho la proeza con su Seat 127.

El día 31 lo dedicamos a pasear por Monte-Carlo y a comprar las obligadas y caras fotos del rallye acompañadas de los recuerdos. Después de dar un buen paseo por uno de los lugares con más glamour del mundo nos vestimos “de etiqueta” para la cena de gala en el Sporting Club de Mónaco. Tenemos la suerte de coincidir en la misma mesa con los Oliva y los Queiroz, éstos viejos conocidos de las pruebas gallegas. Un cantautor y una orquesta amenizan una cena discreta que sin llegar a ser mala tampoco destaca demasiado, llegando a los postres la increíble actuación del ballet Russian Extravaganza, que durante esos días se encontraba por Mónaco realizando pases en el Casino.



Es el turno de Michel Ferry, el director de la prueba, que avanza antes de ver el vídeo la posibilidad de que puedan participar el próximo año los Grupo B hasta 1986, pero encuadrados en otra categoría. El respetable abuchea la decisión, por lo que nos da la impresión de que se lo pensará mejor, aunque en el momento de redactar estas líneas parece que ya se ha decidido que estos impresionantes vehículos sí se podrán ver el próximo año. Con la entrega de trofeos al son de la espectacular Marcha Radetzky de Johann Strauss padre finaliza la velada. Cuando nos retiramos, otros se quedan bailando, como el incombustible Pepe Villalba, que no pierde el buen humor a pesar de no poder terminar. Volvemos al hotel en el autobús acompañados de Manolo Correa y Cristina Olivares, con quienes compartimos unas cervezas, ya que la intención de acceder al Casino no es posible al encontrarse cerrado.

Aún hay tiempo en la mañana del jueves 1 de febrero para dar un paseo por Monte-Carlo antes de partir hacia España. Esta es la parte más dura pues el viaje se hace eterno. En Lleida nos despedimos de nuestra asistencia y sus amigos, siguiendo nosotros ruta hacia Galicia, adonde llegamos a nuestro querido Ourense a las nueve de la mañana del viernes después de 21 horas de viaje.



No quiero terminar este relato sin dar las gracias a Paco Valdés y François Camacho de Autopasión por su enorme y profesional trabajo con la asistencia, a Fórmula Kit, a Antonio “Rantur”, a Talleres “Marvic”, y a Javier Figueiredo por haber compartido esta aventura conmigo.

Si pinchas en el siguiente enlace, podrás ver nuestra aventura relatada en el programa de la televisión de Galicia, "Galicia Ras".

http://www.youtube.com/watch?v=T68uBrTfVhY

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